Interés General
Paleopatología de la Columna Vertebral

El hueso es la parte del organismo que más resiste al paso del tiempo después de la muerte.
La paleopatología de la columna refleja dos tipos de afecciones, una común al esqueleto y otro en relación directa con la adquisición de la bipedia


Domingo Campillo
(Extractado de Investigación y Ciencia Nº 104)

La paleopatología estudia las enfermedades de los organismos que vivieron en la antigüedad. Sin fecha fija de arranque, hay acuerdo en situar su fin es las postrimerías de la Edad Media. En ese dilatadísimo intervalo caben los más diversos organismos, algunos de los cuales han sufrido un proceso de fosilización. Sólo los vertebrados poseen una columna característica, que sirve de sostén al esqueleto. En el grupo de los vertebrados se encuadran los mamíferos, clase que acoge al suborden de los antropoides, al que pertenecen el género Homo, que es el de nuestra especie: Homo sapiens. Limitaremos nuestra exposición a la paleopatología de la columna vertebral de los homínidos.

En cada vértebra hay que considerar dos porciones: el cuerpo y el arco posterior. En el arco se desarrollan en una fase avanzada del mismo las apófisis. La persistencia de los discos intervertebrales facilita la presencia de curvaturas fisiológicas y la conservación de una amplia capacidad de movimientos.

Las curvaturas de la columna vertebral son muy ostensibles en el hombre cuando se le mira de lado; en sentido anterior, por el contrario, es rectilínea, aunque existe una ligera escoliosis o desviación con concavidad, en general izquierda, a nivel del tórax. Parece deberse esa desviación a la mayor potencia de la musculatura de la extremidad superior derecha. (En los zurdos ocurre al revés). Vista de lado, la columna muestra cuatro curvaturas: una cervical de concavidad posterior (lordosis), otra dorsal o torácica de concavidad anterior (cifosis), una tercera lordosis lumbar y una cuarta curvatura (cifosis sacrocoxígea). En su conjunto, estas curvaturas confieren a la columna un aspecto de ?S? itálica.

Hernias discales
Las hernias discales son lesiones vertebrales cuya causa reside en la posición erecta. Las hay de dos variedades: el prolapso dentro del canal raquídeo y la hernia intraesponjosa o nódulo de Schmorl. Aunque puede presentarse en cualquier disco intervertebral, el prolapso discal predomina en los puntos sometidos a una mayor sobrecarga, que suele coincidir también con los de máxima motilidad. La columna lumbar es el sector que soporta más peso y sufre más microtraumatismos; predominan en ella las hernias discales que, en un noventa por ciento de los casos, se originan en los dos últimos discos de este sector, con ligero predominio del cuarto sobre el quinto. El tercer lugar lo ocupa la porción inferior de la columna cervical, en donde los dos últimos discos contabilizan el cuatro por ciento de las hernias discales.

Para comprender la hernia discal hay que tener en cuenta las condiciones anatómicas. La pilastra que en su conjunto es la columna vertebral queda constituida por los cuerpos vertebrales y los discos que se intercalan entre cada dos vértebras. El disco viene a ser un estuche fibroso, en cuyo interior hay una sustancia más elástica que se conoce como núcleo pulposo; ésta permite la deformación del disco ante los aumentos de presión. Merced a tal elasticidad, las curvaturas de la columna aumentan o disminuyen y se faculta su lateralización y los movimientos de torsión. Por causas diversas, se altera la resistencia del anillo fibroso; si la presión ejercida rebasa cierto umbral, se fractura, al principio principalmente y al final en su totalidad. Suele romperse entonces el borde posterior, más delgado y sometido a mayor presión. A través de la grieta que se abre en el disco, el núcleo pulposo sale y penetra en el interior del tubo raquídeo, ocupado por la médula espinal o las raíces de la ?cola de caballo?; cuando la rotura del disco es total, llega a hacer extrusión en el interior del tubo para constituir la típica hernida discal.

El tubo raquídeo es de calibre reducido. En su interior, el núcleo pulposo constituye un cuerpo extraño, bastante duro, que comprime las estructuras intrarraquídeas, médula o raíces, dando lugar a distintos cuadros neurológicos, en los que, en general, predomina el dolor y la paresia (disminución de fuerza).

Los nódulos de Schmorl, que según su descubridor estarían presentes hasta en el 38 por ciento de los individuos, con mayor frecuencia en los hombres, tienen, según los radiólogos, una incidencia muy inferior (13,5 por ciento). Los nódulos de Schmorl son hernias intracorporales. Aquí no se rompe, pues, el anillo fibroso del disco, sino su cara superior, la inferior o ambas a un tiempo; a su través, extruye el núcleo pulposo, que hunde la capa de hueso compacto de la cara superior o inferior del cuerpo vertebral y penetra en el tejido esponjoso. Un proceso cicatricial posterior vuelve a recubrir de hueso compacto al tejido esponjoso, aislando al núcleo pulposo. En paleopatología, no es fácil detectar los prolapsos, mientras que demostrar la presencia de los nódulos de Schmorl es mucho más factible.

Los únicos casos diagnosticados como prolapsos discales que hemos podido encontrar son los presentados por Mafart, procedentes de la ermite de La Gayole, en la región de Provenza. El prolapso sólo suele afectar a tejidos no óseos, que se destruyen de forma precoz a causa de la putrefacción. En teoría, solamente en las momias sería posible descubrir estas lesiones, pero otro tipo de dificultades hacen que hasta ahora no se haya descrito ningún caso. De forma bastante excepcional, algún núcleo discal extrusionado puede dejar su huella en el hueso, sobre todo si se trata de una hernia antigua en la que se sigue un proceso de fibrosis. Estas circunstancias son las que probablemente han permitido a Mafart encontrar sus muestras.

El diagnóstico de las hernias intraesponjosas es mucho más fácil. Dejan su huella típica en las caras de los cuerpos vertebrales, casi siempre en la columan lumbar.